Jesús sana a un sordomudo (Mc 7, 31-36)
Nuevamente volvemos a disponer nuestro corazón para orar con la Palabra de Dios, en esta ocasión en el Evangelio según San Marcos capítulo 7, versículos del 31 al 36.
Oración a Dios Espíritu Santo
Rey celestial, Espíritu Consolador, Espíritu de Verdad, que estás presente en todas partes y lo que todo lo llenas, tesoro de todo bien y fuente de la vida, ven, habita en nosotros, purifícanos y sálvanos, porque tú que eres bueno. Amén
Lectura: Mc 7, 31-36
31 Dejó el territorio de Tiro y se dirigió de nuevo, por Sidón, hacia el lago de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. 32 Le llevaron un hombre que era sordo y apenas podía hablar y le suplicaban que impusiera sobre él la mano. 33 Jesús lo apartó de la gente y, a solas con él, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. 34 Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: —Effatha (que significa: ábrete). 35 Y al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente. 36 Él les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, más lo proclamaban. 37 Y tremenda-mente admirados decían: —Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos. Palabra del Señor
Mensaje de consolación
Uno le pregunta a una persona: —¿Cómo estás? —y te dice—, Bien (no me duele la cabeza, no me duele el estómago, puedo caminar, no me duelen los huesos, no se me cae el pelo, estoy bien). Pero, por dentro ¿cómo estás?. Hay una Santa Alemana que se llama Hildegarda de Bingen, que hablaba de las causas y remedios de las enfermedades, tiene un libro sobre eso. Y ella dice que, uno cuando está enfermo del cuerpo, debe indagar que normalmente hay algo malo en el alma que no se encuentra en paz con Dios y no se encuentra el corazón en paz, el cuerpo refleja la enfermedad.
Jesús nos habla de eso en el libro del Apocalipsis, Cristo le habla a una persona: —Tú te crees que estas muy bien, te vez muy bien, hasta eres rico, te va bien económicamente y crees que todo lo ve con claridad, —¿quieres que yo te diga la verdad?—, le dice Dios, —reconoce que estas ciego, reconoce que estas invalido, reconoce que estas leproso, reconoce que eres sordo, reconoce que eres un miserable y ven a mí, dice Jesús, y cómprame de mi medicina, de mi oro, entonces serás rico de verdad y te echaras de esa medicina que yo te daré y te curaras.
Viendo esto desde un sentido espiritual, hay gente que camina perfectamente, el problema es para dónde camina, es incapaz de caminar hacia la casa de la persona que odia para pedirle perdón, es incapaz de caminar hacia los enfermos para darles ánimo, es incapaz de caminar hacia la persona que no conoce a Dios y mostrárselo, y todavía dice que camina. Esta también la gente invalida, es la que necesita que Dios le diga levántate y anda, come de mi carne y bebe de mi sangre. La gente con ceguera, si no alabamos somos ciegos espirituales, hay gente con ceguera espiritual porque solo ven lo negativo de la vida, incapaces de ver el bien, porque están concentrados en el mal, no ven que amaneció, no ven que su cuerpo funciona, no ven las cualidades que Dios le regalo y que hacen felices a muchas personas. Pero también hay gente con sordera, tú les hablas del amor de Dios, de la libertad, de la felicidad y son sordos. Estas enfermedades pueden ser un castigo de Dios, discúlpame pero es la verdad, la gente dirá que Dios no castiga, pero esos son los sinvergüenzas, porque la biblia no dice que Dios no castiga. Cristo predico a su pueblo de Israel y lo rechazaron y Cristo dijo: «Endureceré el corazón de este pueblo, para que teniendo ojos no vean y teniendo oídos no entiendan y no se puedan salvar». Ese es el peor castigo que le puede caer a una persona, que por haber desafiado a Dios, le diga: Tienes ojos, pero no veras mi gloria.
El trabajo del enemigo es hacer ruido para que no escuches y no entiendas. Cuando uno perciba que está ciego, que uno esta sordo, espiritualmente, lo que hay que hacer es humillarse, porque todo eso se cura con humildad, yendo a Jesús y diciéndole: Señor, quiébrame el corazón de piedra, destápame los oídos, ábreme los ojos para que yo vea y sácame de esta ceguera, de esta sordera, no quiero ser un mudo espiritual de los que no hable de Dios con nadie, de los que son mudos contigo y con los hombres. Mi medicina eres tu Señor, mi gran remedio.
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