¡Consuela, consuela a mi pueblo! (Is 40, 1)
Son muchos los que necesitan y demandan consuelo. Los invito a acercarse ahora a ellos, con nuestra mente y nuestro corazón. Miren sus rostros, escuchen sus palabras, el silencio, entremos en sus vidas. Detecten y acojan las llamadas de los que están solos y se ven abandonados por los suyos, de los cansados de la vida, de los perseguidos y calumniados, de los desdichados y desgraciados, de los excluidos y marginados, de los que no encuentran sentido a sus vidas, de los que no tienen paz en su corazón, de los que sufren a causa de los malos tratos o de sus sentimientos de culpabilidad. Contemplemos a los enfermos incurables, a los ancianos abandonados y falta de cariño, a los que han perdido a un ser querido, a los padres desconcertados por el comportamiento de sus hijos, a las parejas rotas, a los que viven la experiencia del rechazo, la incomprensión o el fracaso… a los creyentes que andan sumidos en la noche oscura, etc. Pensemos también en las familias y en los pueblos que sufren ...