Tú mi alfarero (Jr 18, 2-6)


En esta ocasión vamos a orar con la Palabra de Dios que dirigió al Profeta Jeremías: levántate y ven a la alfarería, que yo te haré oír mi voz. En el libro del Profeta Jeremías capítulo 18, versículos del 2 al 6, el cual nos lleva a ponernos como barro en manos del alfarero, que es Dios.

Lectura: Jr 18, 2-6
2 «Levántate y baja a la alfarería, y allí te haré oír mi voz». 3 Yo bajé al taller del alfarero, mientras él trabajaba en el torno. 4 Y cuando la vasija que estaba haciendo le salía mal, como suele pasar con la arcilla en manos del alfarero, él volvía a hacer otra, según le parecía mejor. 5 Entonces la palabra del Señor me llego en estos términos: 6 ¿No puedo yo tratarlos a ustedes, casa de Israel, como ese alfarero? –Oráculo del Señor–. Sí, como la arcilla en la mano del alfarero, así están ustedes en mis manos, casa de Israel. Palabra de Dios

Mensaje de consolación
Esta reflexión que te contare es del autor argentino José Luis Prieto. Se cuenta que alguna vez hubo una pareja que le gustaba visitar las pequeñas tiendas de la ciudad, una de sus favoritas, era una donde vendían vajillas muy antiguas y en una visita a la tienda, vieron una hermosa taza. -Me permite ver esa taza, por favor- pregunto la Señora, -Nunca he visto nada tan fino como esto- y en cuanto tuvo la taza en la mano escucho una voz que venía de adentro de la taza y que le decía: Yo siempre fui una taza desde el principio, hace mucho tiempo yo solo era un puñado de barro amorfo, mi alfarero me tomó entre sus manos y me golpeó, después me amoldo suavemente, en un momento cuando me desesperé, le grité que me dejará en paz… pero solo me dijo: -Aguanta un poco más, no desesperes, todavía no es tiempo-, en un instante me vi en el fuego, me había puesto en el horno, nunca había sentido tanto calor y me pregunte: -Por qué mi Alfarero me querría quemar-, y gritaba: sácame de aquí, ¿por qué me haces esto?. Mientras que él solo decía: -Aguanta un poco más, no te frustres, todavía no es tiempo-, finalmente se abrió la puerta y mi Alfarero me tomó y me puso sobre una repisa para enfriarme, y apenas me estaba refrescando un poco cuando ya me estaba cepillando y pintándome, el calor de la pintura me quemaba, se sentía horrible, y cuando pensé que ya todo lo malo había pasado me metió nuevamente al horno y no era un horno como el primero, este era mucho más caliente. Ahora sí sabía que me sofocaría, le implore que me sacará, le grite mil veces y no me escucho, me di cuenta que ya no tenía remedio, y justo cuando estaba a punto de darme por vencido, se abrió la puerta y ahí estaba Él, mirándome, me tomó y me puso sobre otra repisa, pasaron varias horas y coloco un espejo delante de mí, no podía creerlo, era yo. Y mi alfarero me dijo, tuviste que pasar por todo esto para ser quien eres ahora, de no haber sido así, te hubieras estrellado, te hubieras secado, no tendrías color y tu dureza no habría sido suficiente, Eres lo que yo tenía pensado desde el principio para ti.

El Señor le dice a Jeremías: Levántate y ven a la alfarería. Jeremías se encuentra con un Dios que no tiene las manos limpias, un Dios que no usa guantes, que no es como un ingeniero que calcula, o como un arquitecto que toma medidas, sino como un artista totalmente involucrado con su barro. Y ahí esta ese Dios de las manos sucias, lleno de tu barro, a veces nos asustamos de nuestro propio barro, sin embargo, Dios está impregnado de él, y es más sus manos huelen a tu barro. A ese Dios que lo recicla todo y que se las ingenia, tu barro siempre le sirve. Nada es imposible para él.

Contempla tu historia en estos momentos, tú historia de barro amado, de un barro reparado muchas veces, un barro que siempre está en manos de su alfarero. Este Dios que desde que se hizo hombre en Jesucristo, se impregno totalmente del barro de la humanidad, nuestro Dios cuando se mira, cuando se huele, huele a humanidad, huele a nuestro barro. No tengas miedo, el Señor puede hacerte de nuevo. Levántate, ve a la alfarería que él te hará oír su voz.

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