San Antonio de Padua, abre tu corazón a Dios

Hace un par de semanas presenté la vida de Santa Filomena. En esta ocasión quiero hablar de otro santo perteneciente a la primera generación de los Frailes Menores: Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo nació en Lisboa (Portugal), el 15 de agosto de 1195, en una familia de la aristocracia.

Llamado por la vocación religiosa, a los 15 años ingresó en un monasterio agustino a las afueras de la ciudad. Dos años después se traslada a Coimbra, donde conoce a la orden de San Francisco.

En 1220, ya con el hábito franciscano, y habiendo cambiado su nombre por Antonio, desembarcaba en Marruecos. Cayó enfermo y sus superiores decidieron repatriarlo, pero en el viaje de regreso acaba en Sicilia y conoce a San Francisco de Asís, con quien convive.

Durante diez años predicó por Italia y Francia y en todo este tiempo se le atribuyeron muchos milagros, y según la tradición, aparte de hablar a los hombres, lo hacía también a los pájaros y a los peces.

El 13 de junio de 1231, cuando San Antonio tiene sólo 35 años, muere en el convento de Arcella (junto a Padua, Italia) y es trasladado al convento de Santa María de Padua, por lo que se le recuerda con ese nombre.

Al año de su muerte, el 30 de mayo de 1232, fue canonizado por el Papa Gregorio IX (es el santo que más rápidamente lo ha sido). El 16 de Enero de 1946, el Papa Pío XII lo declaró Doctor de la Iglesia con el título de “Doctor Evangélico” (sólo hay 34 Doctores en toda la Historia).

Es el patrón, junto con San Francisco de Asís, de los franciscanos, pero también lo es de los albañiles y de todos los vendedores en general. Durante su vida, nuestro santo compartió sus alimentos con los más necesitados e invitaba en sus sermones a hacerlo. Por eso, a veces, se le representa con un pan en la mano.

Lo que no falta nunca en las representaciones de San Antonio es la juventud (pues era joven cuando predicó y murió); el hábito franciscano el lirio o la azucena (símbolo de pureza); el libro (la Santa Biblia que leía con frecuencia, la estudiaba, la meditaba y la predicaba al pueblo con gran elocuencia) y el Niño Jesús, a quien tuvo siempre una gran devoción. Incluso existe una tradición al respecto: pocos días antes de su muerte, San Antonio tuvo una visión antes de irse a dormir, se le apareció el Niño Jesús, sonriente y radiante, que iluminó todo el cuarto. Esta escena fue visto por un compañero de celda, el hermano Tiso, que hizo propósito, a petición de San Antonio, de no contárselo a nadie; pero, una vez muerto el santo, reveló el suceso, que artistas y pintores han venido desde entonces inmortalizado en lienzo y esculturas.

En estos sermones, San Antonio de Padua habla de la oración como de una relación de amor, que impulsa al hombre a conversar dulcemente con el Señor, creando una alegría inefable, que suavemente envuelve al alma en oración. San Antonio nos recuerda que la oración necesita un clima de silencio que no consiste en aislarse del ruido exterior, sino que es una experiencia interior, que busca liberarse de las distracciones provocadas por las preocupaciones del alma, creando el silencio en el alma misma. Según las enseñanzas de este Doctor franciscano, la oración se articula en cuatro actitudes indispensables que, en el latín de san Antonio, se definen: obsecratio, oratio, postulatio, gratiarum actio. Podríamos traducirlas así: abrir confiadamente el propio corazón a Dios; este es el primer paso del orar, no simplemente captar una palabra, sino también abrir el corazón a la presencia de Dios; luego, conversar afectuosamente con él, viéndolo presente conmigo; y después, algo muy natural, presentarle nuestras necesidades; por último, alabarlo y darle gracias.

Sólo un alma que reza puede avanzar en la vida espiritual: este es el objeto privilegiado de la predicación de San Antonio. Conoce bien los defectos de la naturaleza humana, nuestra tendencia a caer en el pecado; por eso exhorta continuamente a luchar contra la inclinación a la avidez, al orgullo, a la impureza y, en cambio, a practicar las virtudes de la pobreza, la generosidad, la humildad, la obediencia, la castidad y la pureza. Sermones Dominicales et Festivi II, Messaggero, Padua 1979, 37. [NR: Traducción española publicada por la Editorial Espigas, Murcia 1995]
«Si predicas a Jesús, él ablanda los corazones duros; si lo invocas, endulzas las tentaciones amargas; si piensas en él, te ilumina el corazón; si lo lees, te sacia la mente».

Oración 
Trece minutos que estaré a tus pies, padre mío San Antonio, para ofrecer mi invocación sentida ante tu imagen milagrosa, de quien tanto espero, pues bien se ve que tú tienes poderosas fuerzas divinas para llegar a Dios. Así lo revelan tus patentes milagros, padre mío San Antonio, pues cuando acudimos a ti en horas de tribulaciones, siempre somos prontamente escuchados.
Hoy que es un día tan grande, llegarán a ti, miles de almas, que son tus fervientes devotos, a pedirte, porque sabemos que nos harás grandes concesiones, poniendo en primer turno a los más necesitados para que reciban tus favores. ¡Qué consolado me siento al entregarte mis penas!

Espero Santo mío me concedas la gracia que deseo y si me la concedes, te prometo contribuir con una limosna para tus niños pobres.

Tres grandes gracias te concedió el Señor; que las cosas pérdidas fueran aparecidas, las olvidadas recordadas y las propuestas aceptadas. ¡Cuántos devotos llegarán a ti, diariamente a pedirte alguna de las tres, y tú jamás te niegas a concederlas! ¡Qué llegue hoy a ti lo mío que tan necesitado pone a tus pies éste humilde devoto.

(Tres Padrenuestros, Avemaría y Gloria.)
Que San Antonio de Padua, tan venerado por los fieles, interceda por todos, y de modo especial por los jóvenes misioneros de todo el mundo quienes se dedican a la evangelización; pidamos a Jesús que nos ayude a aprender un poco de este arte de San Antonio, inspirándonos en su ejemplo, tratando de unir una sólida y sana doctrina, una piedad sincera y fervorosa, y la eficacia en la comunicación.

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