Misericordiosos como el Padre (Lc 6, 35-36)
Dice San Juan de Dios que si miráramos cuán grande es la Misericordia de Dios, nunca dejaríamos de hacer el bien mientras podamos: pues dando nosotros, por su amor, a los pobres lo que Él mismo nos da, nos promete el ciento por uno. Quién no da lo que tiene a este bendito mercader, que hace con nosotros tan buena mercancía y que además nos pide, con los brazos abiertos, que volvamos a Él, que lloremos nuestros pecados y hagamos caridad, primero a nuestras ánimas y después al prójimo. Porque así como el agua mata al fuego, también la caridad mata al pecado.
Oración a Dios Espíritu Santo
Ven Espíritu de Dios. Y acoge mi alma. Sea yo luz, sea yo apoyo, sea yo santo, en el Nombre de Jesús. Limpia mi espíritu y sea yo uno contigo en la Cruz. Sé mi manantial de dones y carismas, cólmame de tu fuerza y tu bondad. Quiero que me perdones por tantas faltas de caridad. Vive en mí, sé mi invitado permanente. Florece en mí como hierba fresca y flores del campo, así, lleno de paz, de Cielo y de Gloria. Ven Espíritu Santo. Amén
Lectura: Lc 6, 35-36
35 Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos. 36 Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. Palabra del Señor.
Mensaje de Consolación
La misericordia de Dios inicia con una conversión espiritual y viene a acoger nuestro corazón tan herido, parecido a un alfiletero, necesitamos que Dios ponga sus mano en él; porque está muy maltratado, porque hay momentos en que no valoran nuestro esfuerzo, no valoran nuestro trabajo, no valoran nuestros sentimientos y hay momentos en que no encontramos la bendición de nadie, por lo tanto necesitamos que Dios agarre nuestro corazón y lo apriete para que le saque esa infección de amargura que ha adquirido con el tiempo, esa infección de desesperanza y de miedo.
Dios necesita de personas que sean testigos de su misericordia y de su ternura, que sacude a los resignados, que reanime a los desanimados. ¡Él es quien enciende el fuego de la esperanza! No nosotros. Muchas situaciones requieren nuestro testimonio de consolación. Ser personas gozosas, que consuelan. Pienso en quienes están oprimidos por sufrimientos, injusticias y abusos; en quienes son esclavos del dinero, del poder, del éxito, de la mundanidad. ¡Pobrecitos! Tienen consolaciones maquilladas, no la verdadera consolación del Señor. (Papa Francisco, Ángelus dominical, 7 de Diciembre de 2014)
En este momento abre tus manos como un mendigo frente a Dios y con tus ojos cerrados siéntete como ese ciego que clamaba:
—Señor Jesús, hijo del Dios vivo, ten compasión de mí que soy un pecador. Vengo a ti con mis ojos cegados, con mi corazón cansado, roto por el pecado, con mis manos vacías, con mi pobreza, tú conoces lo más oscuro de mí, tú me has visto pecar, tú me has visto desesperado a veces, lleno de angustia, moviéndome, temblando, de un lado a otro como una hoja seca, porque me siento solo Señor, porque me siento a veces abandonado y a veces la depresión toca a mi puerta Señor, y me parece que no hay futuro, que la carretera se acaba dónde estoy pisando, que lo que me espera mañana es más desgracia de la que he vivido. Señor yo pongo en ti toda mi esperanza, yo quiero escuchar tu voz en mis oídos que me dice que todo va a terminar bien, que hay un mañana y que sobretodo tú en ese mañana vas a estar conmigo. Amén
Estamos necesitados de Dios. Necesitamos que Dios nos llene de su vida, necesitamos que Dios cambie nuestro lamento en gozo, nuestra tristeza en alegría y nuestro desespero en esperanza. Señor Jesús, solo tú puedes transformar nuestros corazones, transfórmalos, queremos nacer de nuevo y aprender a ser misericordiosos como el Padre.
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